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Marco general para un ATR

El ATR que planteamos se inscribe dentro de un proyecto de actualización del pensamiento crítico que tuvo su expresión pujante en las décadas del 60 y del 70, en América Latina y en África[1]. En ciencias sociales se conoció como la teoría de la dependencia (TD)[2]. Era concreción de pensamiento contrahegemónico, en contextos neocolonialistas, y se inspiraba en el marxismo europeo que se venía reproduciendo principalmente a través de las orientaciones ideológicas de los partidos comunistas y, en menor medida, en ámbitos académicos. Pero también era respuesta a la teoría del desarrollo, devenida desarrollismo en la política económica capitalista de sustitución de importaciones. Desde su perspectiva crítica, la TD develaba los efectos perversos del mercado mundial tanto en la estructura productiva como en la cultura de las sociedades periféricas. De su concepción se infería la demanda de construir un pensamiento propio. En este marco de referencia nació, se nutrió, creció y maduró la TL.

No obstante, la TD fue neutralizada como teoría explicativa de la realidad social por la imposición del pensamiento único representado en la teoría neoliberal, desde la década de los 80, con la cual se justificó el proyecto de totalización del mercado. De tal suerte que, unido a la derrota histórica de los proyectos socialistas, no hubo formulaciones generales alternativas que tuvieran la fuerza suficiente para salirle al paso, durante la siguiente década, a esta visión (economicista) de lo social. Han primado los análisis fragmentarios ligados a prácticas de resistencias múltiples por parte de diversos sectores de la población excluida del mercado. Con todo, estas manifestaciones de resistencia, en cuanto teorías sociales, corren el riesgo de unirse a la visión postmoderna que declara inútil la búsqueda de universales para el conocimiento y para guiar las prácticas, conformándose apenas con la enunciación de explicaciones desintegradas que se afirman y legitiman en el bagaje flotante de los múltiples saberes. Así, tanto la teoría hegemónica del pensamiento único  (metarrelato o relato metafísico) como la proliferación de saberes (formas de conocimiento particulares que no reclaman para sí fundamento alguno) terminan convergiendo en la defensa del carácter absoluto de su respectiva forma de conocimiento. Dicho fenómeno se puede resumir con dos expresiones: para los neoliberales “no hay alternativas”; para los posmodernos “todo vale”.

El pensamiento crítico, en cambio, sí postula un universal irrenunciable, no de carácter metafísico sino de tipo histórico y real: un saber se valida desde el criterio de discernimiento de la emancipación humana o, en otras palabras, el criterio de verdad de cualquier afirmación estriba en su capacidad de explicar y defender la vida de todos los seres humanos y de su hábitat, empezando por la de aquellos sobre quienes se ciernen las mayores amenazas.

De lo anterior se derivan dos consecuencias. Por un lado, la vida del ser humano se convierte en criterio de discernimiento para la producción de los juicios críticos en la teoría, de modo que si una teoría pretende ser neutral, o si busca validarse a partir de la racionalidad del cálculo, o si intenta privarse de fundamento alguno, será objeto de impugnación por parte del pensamiento crítico en la medida en que éste considera que cualquiera de dichas manifestaciones es una forma de abstracción de la realidad. Pero, por otro lado, en este pensamiento se sabe que la vida del ser humano en su realización plena es apenas una utopía, no es una realidad sino un deseo, y nos muestra que una función primordial de la teoría va más allá de las descripciones de lo que acontece (en general, la negación de la vida), anunciando y  buscando hacer presente ese otro mundo ausente, la vida que es posible, necesaria y deseable. En tal sentido, se trata de una teoría trascendental. Esbocémosla un poco más.

En tanto pensamiento trascendental  la teoría crítica se propone prefigurar otro mundo posible, otro modo de ser, otra manera de vivir. Trasciende lo inmediato y el presente tal y como existen. Pero lo insinúa desde y dentro de la historia, a partir del análisis concreto de las relaciones sociales existentes, y busca en su interior otras alternativas que están ausentes. El principio de esta imaginación no metafísica se soporta más recientemente en la versión secular de Marx: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. No obstante, dicho principio estaba formulado anticipadamente en el marco de la teología cristiana antigua: “la Gloria de Dios es que el hombre viva” (San Ireneo); lo que mucho más tarde reaparecería en una versión latinoamericana: “la Gloria de Dios es que el pobre viva” (Monseñor Oscar Arnulfo Romero). Ninguna forma de pensamiento – ni la filosofía ni la teología, ni tampoco las ciencias sociales y humanas - puede renunciar a esta consideración de lo que constituye la realidad que intenta comprender: la vida humana potencialmente se despliega de continuo, y cada vez más, en sus raíces históricas. Lo que quiere decir: el hombre puede y debe ser cada vez más humano o, dicho teológicamente, puede y debe ser cada vez más divino, aunque de facto no siempre lo sea.

En tal sentido, el ATR lo entendemos como un pensamiento teológico no metafísico. Pero su especificidad como pensamiento teológico la definimos en su tarea intrínseca de continuar con la crítica de la religión en la sociedad, pensada como crítica idolátrica: sabemos que aún en plena modernidad los poderes en las sociedades se siguen acompañando y nutriendo de las imágenes de sus dioses para consolidarse como tales, y así niegan la vida humana, o al ser humano como ser supremo para el ser humano, o la Gloria de Dios en la vida del hombre. Pero también sabemos que la experiencia de emancipación con respecto a estos poderes se acompaña de dinámicas de fe e imágenes de Dios no idolátricas, porque revelan en esas imágenes al ser humano con sus potencialidades humanas y divinas, o, de otra manera, revelan – expresado en perspectiva evangélica- la voluntad de Dios: que el hombre viva.

El carácter histórico y trascendental de la teoría (este último sería el aporte específico de la teología al conjunto de aquélla) ha sido una preocupación permanente dentro de la TL. Sin embargo, pensamos acá, no siempre lo ha conseguido con éxito, entre otras causas por la forma como ha pretendido articular su diálogo con las ciencias sociales. Cuando ha recurrido preferentemente a los enfoques estructuralistas que arriba enunciamos (así sean de procedencia marxista), por tratarse éstos de sistemas cerrados, los frutos han sido magros. De esto ha hecho parte el método de Ver-Juzgar-Actuar que, en el mejor de los casos, plantea una trascendencia lineal (cuyos límites afrontaremos más adelante) cuando no es que la niega por su forma inadecuada de articular la teología con las ciencias sociales.

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