Índice del artículo

Teología y materialismo histórico: rememoración y mesianismo.

La visión del mundo capitalista efectuada por Marx desde la teoría del fetichismo –entendida como teoría del espejo- la llevó a cabo y la extendió Walter Benjamin con otras fuentes, particularmente la teológica. Por esto, podemos encontrar en su visión, de forma más explícita,  la perspectiva trascendental del materialismo histórico.

El capitalismo conocido por Marx fue vivido por Benjamin en su expresión fascista. Este último se lo concebía –al igual a como en buena medida se lo comprende hoy día- “como un bache raro en la bien asfaltada autopista del progreso” (Mayorga 2003). Pero Benjamin lo miraba de otro modo:

La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en que ahora vivimos es en verdad la regla. El concepto de historia al que lleguemos debe resultar coherente con ello. Promover el verdadero estado de excepción se nos presentará entonces como tarea nuestra, lo que mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. La oportunidad que éste tiene está, en parte no insignificante, en que sus adversarios lo enfrentan en nombre del progreso como norma histórica. El asombro ante el hecho de que las cosas que vivimos sean “aún” posibles en el siglo veinte no tiene nada de filosófico. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser el de que la idea de la historia de la cual proviene ya no puede sostenerse (Benjamin 1940: Tesis VIII SCH).

Es su tesis VIII Sobre el concepto de historia (SCH). Un texto hermético y maduro, del final de su vida, que no tenía como destino ser publicado. Recoge mucho de su pensamiento así, en forma de tesis o posturas frente a asuntos teológicos, filosóficos e históricos cruciales. Aquí toma su posición confrontando la visión moderna de historia (de la cual no se escapa la izquierda de tradición marxista) con el hecho concreto del fascismo. Desglosémosla.

La historia, en su concepción y en su praxis, se lee desde la perspectiva de los oprimidos. Ellos enseñan que lo que el poder ha llamado “estado de excepción” hay que escribirlo entre comillas, porque de suyo es la norma. En consecuencia, estamos (Benjamin, los oprimidos y quienes nos coloquemos de su lado) por hacer otro concepto de historia que nos llevará a promover el auténtico estado de excepción así, sin comillas, contrario al estado fascista y capitalista. Al fascismo, pues, no se le enfrenta (como lo hacen sus adversarios) con su propia visión histórica: la del progreso. El concepto de historia de los oprimidos no puede estar en consonancia con el de progreso. El progreso moderno es fascismo; el fascismo no es la excepción del progreso, sino su realización extrema y esto no puede asombrar a los oprimidos. Quienes se asombran es porque creen que el progreso es la base filosófica del conocimiento histórico; sin embargo, tal no se puede sostener. El progreso es lo que vivieron y padecieron Benjamin y los oprimidos y exterminados de su tiempo en la segunda guerra mundial: la catástrofe. Porque “en el fascismo la historia se expresa como catástrofe” (Mayorga 2003).

¿Qué lleva a Benjamin a impugnar esta visión de la historia basada en el progreso como su principio o “motor inmóvil”, tan característico de la modernidad? Se trata de un esfuerzo que está presente desde los albores de su pensamiento, en el que acerca dos enfoques aparentemente irreconciliables: teología y materialismo histórico. Michael Löwy considera que, después de la publicación de las Tesis SCH, desde 1950 se pueden distinguir tres interpretaciones sobre las mismas[5]. Pero el filósofo franco-brasileño propone una cuarta:

W. Benjamin es marxista y teólogo. Es cierto que ambas concepcio­nes son habitualmente contradictorias. Pero el autor de las tesis no es un pensador "habitual": las reinterpreta, las transforma, las sitúa en una relación de esclarecimiento recíproco que permite articularlas de manera coherente. Le gustaba compararse con un Jano, uno de cuyos rostros mira hacia Moscú y el otro, hacia Jerusalén. Pero lo que suele olvidarse es que el dios romano tenía dos rostros pero una sola cabeza: marxismo y mesianismo no son sino las dos expresiones -Ausdrücke, uno de los términos favori­tos de Benjamin- de un solo pensamiento. Un pensamiento in­novador, original, inclasificable, caracterizado por lo que él lla­ma, en una carta a Scholem de mayo de 1926, la "paradójica reversibilidad recíproca” (Umschlagen) de lo político en lo reli­gioso y viceversa (Löwy 2002: 41-42)[6].

A juicio de José Manuel Romero (2005), Benjamin refuncionaliza la teología para leer la historia, criticar la cultura e iluminar políticamente el presente. Según el autor, en Benjamin la teología ayuda a restablecer la fuerza mesiánica del materialismo histórico, mediante un ejercicio de rememoración que, al igual que en el judaísmo, busca la redención de lo frustrado en el pasado dentro del cual se encuentra la “imagen de un futuro de emancipación aún por realizar”, haciendo “reconocible todo un mundo circundante histórico-social fenecido que invoca a su redención” (Romero 2005: 23). Teología, entonces, aporta rememoración y mesianismo a ese análisis sobre la mercancía que inició Marx con el análisis del fetichismo. En consecuencia, la teología amplía la experiencia histórica del presente, reducida por el positivismo objetivista y por el historicismo, proporcionando al examen de los fragmentos del pasado el descubrimiento de los anhelos de gratificación y emancipación de las generaciones anteriores que han sido traicionadas en la actualidad. En palabras de Benjamin:

Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico (Benjamin 1987: 178)

Para Romero (citando a Sholem 1998: 128) hay una relación entre la visión teológica de Benjamin y la cabalística judía de Isaac Luria (1534-1572), denominada Tikkun, dentro de la cual se espera una redención o restauración del cosmos que fue  fragmentado en una de las primeras fases de la creación, y que estará a cargo de un Mesías. Benjamin reinterpreta esta cábala afirmando que el acto de redención será tarea del propio hombre, del colectivo histórico social, de modo que el Mesías termina desempeñando un papel estrictamente simbólico. Por el rol que le asigna a quienes asumen la acción revolucionaria hoy y, dentro de ésta a la rememoración, es que “el acto político revolucionario fusiona en Benjamin rememoración, redención y reparación del sufrimiento de los oprimidos del pasado y constituye por tanto el momento de encuentro entre las expectativas de las generaciones pasadas y la generación actual” (Romero 2005: 26).

Así, pues, la teología es esencial en la aproximación a la realidad que pretendía Benjamin. Siguiendo a Buck-Morss, Romero recuerda que “la cábala, como método hermenéutico-cognoscitivo, convergiría con el materialismo histórico, en un sentido fiel a la orientación teórica del propio Marx, en tanto que permitiría descifrar, interpretar, en lo concreto, en lo singular (el fragmento), lo trascendente-histórico, caracterizado mesiánicamente y relevante en términos políticos” (Romero 2005: 27). El presupuesto con el que la cábala interpreta la realidad “es que, al estar todo entrelazado y contenido en lo demás, todo posee un profundidad infinita” en la medida en que hay sentidos externos e internos, abiertos y herméticos, exotéricos y esotéricos; sólo que para Benjamin este plano esotérico que alumbra la teología lo “va a pretender hacer efectivo en la praxis de las clases oprimidas en el presente” (Romero 2005: 27). Y bajo otra condición: que la teología no se deje ver como teología en el trabajo del historiador materialista pues “mi pensamiento se comporta con la teología como el papel secante con la tinta.  Está completamente empapado de ella. Pero si por el papel secante fuera, no quedaría de lo escrito rastro alguno”, decía Benjamin (Benjamin 1982: 588, citado por Romero 2005: 27)[7].

Con esta forma de intervenir teológicamente el materialismo histórico, Benjamin cree conseguir la depuración en éste de los componentes mecanicistas, evolucionistas y teleológicos que orientan las interpretaciones sobre las sociedades modernas. Desde la visión del progreso, el materialismo histórico había sido penetrado y puesto al servicio de las relaciones socioeconómicas existentes y del mito de la perfectibilidad infinita, el cual no es otra cosa que la representación del eterno retorno y de la catástrofe del presente, especie de huracán que impulsa hacia adelante  los escombros del pasado. En sentido contrario, la actualización del pasado, propiciada desde la rememoración teológica por el materialismo histórico, exige la interrupción del progreso, lo que equivale a intervención mesiánica o redentora en el curso de la historia, o ruptura con el continuum, con el fin de provocar el acabose del capitalismo, el cual no morirá de muerte natural.

Terminemos este apartado aludiendo a las palabras de Michael Löwy: “La idea de asociación entre teología y marxismo… algunas décadas después, lo que en 1940 era sólo una intuición ser convertiría en un fenómeno histórico de primerísima importancia: la teología de la liberación en América Latina”. Así lo asegura este autor, aunque reconoce diferencias entre los contextos de las dos producciones  teóricas, amén que el muñeco sin vida más que el materialismo histórico es la propia teología, que se trata de teología cristiana y no judía, y que los teólogos de la liberación no han conocido a Walter Benjamin. Pero aún así, “la asociación entre teología y marxismo con que soñaba el intelectual judío se reveló, a la luz de la experiencia histórica, no sólo posible y fructífera, sino portadora de cambios revolucionarios” (Löwy 2002: 53-54).

Escribir un comentario


Security code
Refrescar

Videos Destacados

On Dualism in Christianity: Satan vs. Lucifer

video1

On Anti-Utopianism

video2

On Utopias of the Left and the Right

video3

On Liberation Theology in the 21st Century

video4