Entropía y Vida:
Hacia la construcción del espacio público[1]
Augusto Serrano y Alfredo Stein[2]
Resumen
El documento propone cuatro momentos que podrían ayudar a sentar las bases para conocer los límites a los que las sociedades deben atenerse y desde los cuales se vislumbran alternativas para transformar varios de los desafíos que enfrenta la humanidad. El momento físico-natural que sugiere la construcción de espacios de adaptación al medio ambiente y en contra de la corriente general entrópica. El momento antropológico que apunta a la superación de la inmediatez mediante la coordinación social del trabajo. El momento político que le da forma y contenido al espacio político como espacio público y crea un bien plenamente humano fruto del trabajo en cooperación: el bien común. Y, por último, el momento ético que nos indica que no todo lo que se puede se debe ya que debemos ser respetuosos con el otro ser humano como sujeto de plenos derechos e igualdad, al igual que con la madre naturaleza.
Entropía / crisis / espacio público / coordinación de la división social del trabajo / bien común
Abstract
The paper proposes four moments that could help to understand the limits to which societies must adhere, and from which, alternatives to transform several of the acute challenges facing humanity could emerge. First, the physical-natural moment that suggests the construction of spaces to adapt to the environmental challenges, and against entropic mainstreaming. Second, the anthropological moment aimed to overcome social immediacy through the coordination of the social division of labour. Third, the political moment that gives form and substance to the political space as ‘public space’ and which creates a common good. And finally, the ethical moment that tells us that not everything that can be done should be done, and that we must be respectful of other human beings as subjects of rights and full equality, as well as of Mother Nature.
Entropy / socio-economic crisis /public space /coordination of social division of labour / common good
Introducción
Las sociedades humanas han iniciado el siglo XXI agobiadas por problemas y situaciones de una novedad, una amplitud, una complejidad y una urgencia hasta ahora desconocidas. Aún no sabemos bien si estos son los síntomas de una época que se despide o los albores de una nueva era en la que ya estamos inmersos y cuyas fuerzas y relaciones sobrepasan las respuestas que creíamos tener a mano.
Lo que parece ya fuera de toda duda es que se trata en muchos casos de fenómenos y relaciones transversales que cubren el planeta entero. Llámeseles con el nombre de Globalización, Planetarización o Cambio Climático, el hecho es que hemos llegado al punto en el que difícilmente ocurre algo en algún punto de la Tierra sin que repercuta en los cuatro puntos cardinales.
Problemas y situaciones para las que no parece que estemos bien preparados, pues las formas y relaciones sociales que habíamos inventado y desarrollado para vivir (desde el Estado Nacional preocupado por las fronteras convencionales a los pactos y compromisos políticos particulares entre países) se nos quedan cortos ante fenómenos y relaciones inéditas de envergadura universal. A ello también contribuyen los medios de comunicación actual que hacen que la información sobre estos acontecimientos recorra el mundo entero casi de forma inmediata.
Por todo ello, se acusa una generalizada incertidumbre entre las gentes y aparece el futuro más como caos y amenaza que como promesa y posibilidad, mientras comienza a instalarse en las conciencias y en la realidad cotidiana de las naciones una actitud de sospecha y poco solidaria como si cada quien comenzara a pensar según la lógica del “sálvese quien pueda”.
Lo curioso y no por ello menos grave es que, para muchos temas y problemas, existen y más aún, conocemos las soluciones, aunque, como dijera hace más de siglo y medio un señor de Renania no basta con saber las razones y las soluciones de las cosas para que éstas entren por el buen camino. Basta que, como ahora, haya fuerzas sociales suficientemente potentes para defender sus privados y particulares intereses, para que el bien común, lo razonable desde el punto de vista de la totalidad caiga en saco roto y sigan las relaciones y las cosas desbocadas, hacia situaciones que parecen imposibles de rescatar.
A pesar de todo, hemos aprendido bastante, porque la humanidad a costa de muchos trabajos, errores, guerras, catástrofes ‘naturales’ y crisis, pero también aciertos y avances en las ciencias naturales y sociales ha logrado conocer y entender hasta cierto punto la naturaleza de las cosas y la naturaleza humana, de modo que hay espacio para pensar en positivo, oteando el pasado, el presente y el posible futuro desde una perspectiva novedosa en tanto se pone el énfasis en la vida y en su supervivencia.
La experiencia y el conocimiento humano acumulado hasta hoy nos dice que nunca ningún individuo de ninguna especie ha vivido más allá de cierto límite de años. Esa experiencia nos ha permitido asistir a la transformación de multitud de formas naturales y vivas, al surgimiento de nuevas y a su posterior desmoronamiento. Nada permanece sin cambios. Todo está en continuo devenir. Es la vivencia de todos y cada uno. Según los nuevos conocimientos de la Fisiología cada día unos cincuenta mil millones de células son eliminadas de nuestro cuerpo y regeneradas: unas quinientas mil por segundo, al punto de que cada dos semanas todas las moléculas y átomos de nuestro cuerpo son reemplazados.
Por otro lado, el ser humano, en su milenaria relación metabólica con la materia a través del trabajo, ha aprendido no sólo a transformarla, sino que sabe que nunca nadie ha podido construir la máquina de movimiento perpetuo. Sentado en estas experiencias milenarias nunca contradichas, Einstein, como antes Leibniz, se preguntaba, ¿cómo deben estar hechas las leyes de la naturaleza para que sea imposible la construcción del perpetuum mobile? “¿Por qué son las cosas así y no de otra manera?”[3], pregunta rompedora ésta que parece haber estado presente desde los albores de la humanidad al no darse el ser humano satisfecho con su situación de hecho.
Pues tratando de dar cuenta y razón de ésta y otras preguntas se han desarrollado ciencias como la Física o la Biología que después de muchos años están dando con algunas respuestas bastante fiables, por mucho que hayamos de coincidir con H. Poincarè que toda proposición científica tiene carácter hipotético y nunca apodíctico.[4] Una de estas respuestas aparece condensada en un corolario de la Segunda Ley de la Termodinámica: la Entropía de un sistema de cuerpos cerrado que ejercen acciones mutuas entre ellos sólo puede aumentar y nunca disminuir, siendo irreversibles todos estos procesos que, como la línea del tiempo, tienden hacia la homogeneidad térmica, hacia la desaparición de todas las diferencias, eso que se ha llamado tendencia hacia el desorden o hacia la muerte térmica del universo.
Esta milenaria experiencia nos permite desglosar y exponer cuatro momentos que, creemos, sientan por un lado las bases para conocer y reconocer algunos de los límites a que debemos atenernos y desde los cuales, por otro lado, nos es posible vislumbrar alternativas a varios de los fenómenos ‘naturales’, económicos y sociales claves de nuestra época y por ende tratar de transformarlos.
El momento físico-natural
La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse con el tiempo.
Eso lo sabemos con cierta fiabilidad desde no hace tanto tiempo, pero los seres vivos ya trataban de actuar instintivamente contra esta universal tendencia para evitar o al menos retrasar la muerte. De ahí:
–luchar contra la entropía es propio de todos los seres vivos[5];
–conseguir información y retroalimentación para reponer lo perdido y responder al medio como expresión de la ley de conservación;
–luchar por la supervivencia como se manifiesta en muchas especies a través de la asombrosa multiplicación de los individuos, de la adaptación al medio ambiente y al cambio climático, mediante la cooperación (incluyendo la lucha en manada) y mediante el despliegue de astucias y estratagemas aún a costa de la vida de otros seres vivos.
–generar islas de entropía negativa[6] en la medida de lo posible para retrasar la tendencia general hacia el desorden, esto es, construir ámbitos, espacios contra la corriente general entrópica;
–luchar, en fin, contra la muerte.
El momento antropológico
Lo ha hecho el ser humano también así instintivamente durante milenios, pero, en un momento dado, ha podido dar un salto diferenciador quizás debido a haber adquirido conciencia de su mortalidad y efímera existencia. Aunque como se ve por los enterramientos acompañados de alimentación para el eterno viaje que han hecho distintas culturas, no parece haberse conformado con ello, pues no ha cesado de buscar esa eternidad por otros medios al percatarse de su imposibilidad en este mundo. Así, tocando precisamente el techo de lo imposible, el ser humano a través de la historia ha ido descubriendo los posibles y, muchas veces también, ha ido alcanzando diversas formas imaginadas, pero sobre todo prácticas, de retrasar la muerte o aún intentos de evadirla (Gilgamesh saliendo de la ciudad en busca de la inmortalidad; Ponce de León buscando la fuente de la eterna juventud por los manglares de La Florida).[7] Y así se deja ver también por las formas de cooperación desplegadas para superar la limitación individual a la que nos atreveríamos llamar la gran astucia humana: la superación de la inmediatez a la que todos los demás seres vivos están enfrentados día a día, mediante la coordinación social del trabajo en tareas como la domesticación de animales y la ganadería, la creación de la agricultura, y la creación de la ciudad como el espacio público y común. Y, como fruto de esta coordinación de la división del trabajo, la generación del excedente, esto es, la producción de bienes, relaciones sociales, conocimientos y mediaciones necesarias para la vida más allá del inmediato consumo y utilidad. Es este plus de riqueza multidimensional producida el que, por la mediación de las ciencias y las tecnologías en los procesos de trabajo, llegará un día a lograrse en mínimos de “tiempo necesario”, generándose así y como subproducto el llamado “tiempo disponible”, aquella fase de la vida social en la que la sociedad como un todo no sólo ha superado la inmediatez, sino que dispone de reservas de todo tipo (en alimentación, salud, conocimientos, previsión, medios, etc.) para afrontar los desafíos de la existencia y, en esa misma medida la sociedad como un todo “puede esperar”.[8]
El momento político
Es ese excedente multidimensional el que, al superar la inmediatez, le abre el futuro y la esperanza al ser humano, le da posibilidad, forma y contenido al espacio político como espacio público y crea, por tanto, una dimensión que no es un bien natural, sino plenamente humano fruto del trabajo en cooperación: es de todos, es bien común. El espacio público como espacio político es específicamente constituyente, es diferenciador: es parte de nuestra diferencia específica respecto a otros seres vivos.
Es de esperar que en una comunidad de seres humanos que viven juntos, intercambian, se casan entre sí y llevan a cabo empresas en coordinación se ha de configurar con el paso del tiempo, más allá de la propia lengua con la que se comunican, una esfera de entendimiento común, de lugares comunes, de costumbres y de formas generales a las que atenerse. Por así decir, es el sentido común de las cosas y de las relaciones.
A mano estaría llamarle a esta esfera la esfera de lo público. Pero lo público es otra cosa, por mucho que detalles como los anteriores convivan con él.
Para que se constituya la esfera de lo público, además de muchas cosas y relaciones compartidas, ha de darse una circunstancia que se sobrepone a todas ellas y las eleva a categoría política en el sentido más genuino del término “política”. Lo público no tiene nada de espontáneo: es institución, porque es lo establecido como resultado de acuerdos, resoluciones, leyes, normas y fijaciones que todos y cada uno debe conocer y debe respetar como lo de fiel cumplimiento. Esfera que, cuando es verdadero resultado de acuerdos entre los ciudadanos, constituye el lugar de todos por igual, el espacio común donde se pueden hacer realidad las relaciones de simetría y justicia humana. Y, como parte integrante de lo producido por el ser humano más allá de la satisfacción de la inmediata necesidad, es un bien, bien de todos, bien común por excelencia, la dimensión más importante del excedente social.
Lo público es una esfera realmente nueva que de natural nada tiene. Si bien lo privado puede explicarse casi como fruto de la ley de conservación que pide que cada uno vele por sí mismo, lo público es la nueva red de relaciones que no es ni lo mío ni lo tuyo, sino que es lo nuestro. Es la superación de la inmediatez y del egoísmo, pero de tal naturaleza que no elimina ni lo mío ni lo tuyo, sino que lo sitúa y aún lo puede potenciar. Esa es la verdadera polis, la esfera política por antonomasia, lo que nos hace diferentes a los animales. Cuando el griego dice que una ciudad es más fuerte por sus leyes que por sus murallas, está refiriéndose a este sentido de lo político, de lo público, precisamente porque se está refiriendo a esa red de relaciones tan de todos que permite identificar a cada uno de los individuos del grupo humano como pertenecientes al mismo espacio público.[9]
El espacio público como relación
Necesitamos una nueva concepción de lo que es el Espacio Público como red de relaciones conformadoras del ámbito común, el único espacio capaz de generar simetría social y justicia, el espacio donde estar para ser ciudadano de pleno derecho, pues, depende de la naturaleza de ese espacio generado y del modo en el que estemos en él, para decidir nuestro ser como ser social en pleno derecho.
La vida en general y la vida ciudadana en particular antes que cantidad es cualidad y es siempre relación; El espacio, todo espacio es ante todo RELACIÓN. La vieja idea de espacio como receptáculo previo a las cosas que lo llenan con su presencia, esa idea de “espacio absoluto” que campea por la Mecánica newtoniana, pasó a mejor vida con la Teoría de la Relatividad. Era la vieja idea de espacio que se podía concebir vacío, como un receptáculo previo incluso a la aparición del mundo físico.
Leibniz, ya dejó claro en su polémica con Newton a inicios del siglo XVIII, que el espacio absoluto era un constructo mental sin fundamento real alguno; que todo espacio real es relativo a las cosas y relaciones que lo generan. Por ello, define el espacio como “el orden de las cosas que son (existen) a la vez” y como “puramente relativo…; un orden de coexistencias..., porque el espacio señala en términos de posibilidad un orden de las cosas que existen al mismo tiempo, en tanto existen entrelazadas”.[10]
Leibniz está hablando del espacio como espacio físico. Todos los demás “espacios” lo son por analogía, pero esa analogía será procedente y certera en la medida en que no se desdibuje esta primaria definición de espacio cuya nota central es la relacionalidad como coexistencia de las cosas entre sí.
La ciudad como relación multidimensional de espacios
La ciudad (entiéndase el Estado) es ante todo RELACIÓN. Pero la ciudad es relación multidimensional, porque es ‘espacio físico’, es ‘espacio ecológico’, es ‘espacio político’, es ‘espacio vecinal’, es ‘espacio cultural’, es ‘espacio histórico’, es ‘espacio ético’, es ‘espacio estético’, es ‘espacio competitivo’, es ‘espacio de negociación y concertación’, es ‘espacio de comunicación’, es ‘espacio creativo’, es ‘espacio de representaciones e ideas’, es ‘espacio económico’, es ‘espacio de inmigración’, es ‘espacio habitacional’, es ‘espacio recreativo’, es ‘espacio educacional’, es ‘espacio bacteriano’, es ‘espacio monumental’, es ‘espacio administrativo’, es ‘espacio de memoria colectiva’, es ‘espacio de costumbres’, es ‘espacio de posibilidades’ y será ‘espacio integrador’ de todos estos y otros espacios “vivos”, dinámicos, complejos, conflictivos en la medida en que esa integración redunde en la generación del ciudadano, en la generación de ciudadanía, esto es, en la generación de simetría humana, igualdad de posibilidades para todos y cada uno de sus integrantes, en fin, en la generación de justicia. Sólo en esa medida es ciudad y no simple hacinamiento de gentes, barrios, calles y casas.
La ciudad se genera por acercamiento de personas diferentes, que proceden de lugares diferentes, de culturas diferentes que son absorbidas en el espacio común que se va generando por avecindamiento y proceso de igualación: es el espacio, el ámbito que se genera porque, sobre esas diferencias, surgen las dimensiones y relaciones de la igualdad, de la simetría y de la justicia: es el llamado BIEN COMÚN que no hay que confundir con el “interés general”, término éste con el que las clases dominantes tratan de sustituir el bien común, generalizando sus propios y particulares intereses. La ciudad, pues, como espacio y relación de justicia”.[11]
El espacio público no es simplemente el espacio no ocupado privadamente donde cada cual puede llegar y pasar por él. Ése sería el “espacio de nadie”, esto es, espacio aún no praxeado ni apropiado por el ser humano. La mejor metáfora sería la selva.
El espacio público es, ante todo, institución; es una institución regulada y es verdaderamente público, cuando es “espacio de todos y para todos por igual”, por lo que estamos hablando de un ámbito de simetría e igualdad. La mejor metáfora sería la plaza, el ágora.
No es fácil, sin embargo entender, más allá de las metáforas, lo que es el espacio público al que nos referimos aquí caminando con la imaginación por la plaza de una ciudad medieval como Regensburg, por mucho que recordáramos el dicho alemán medieval Stadtluft macht frei (El aire de la ciudad hace libre) o por la Plaza Mayor del Madrid del siglo XVIII, porque lo público propiamente dicho apenas si estaba diseñado, cuánto menos garantizado: ni el feudalismo ni las monarquías absolutas habían llegado a generar ese espacio público del que estamos hablando aquí.
Se necesita la cobertura de un Estado Democrático de Derecho para que ese espacio aparezca y pueda hacer valer su naturaleza social diferenciadora y específica como algo mucho más que el espacio físico, porque abarca multitud de dimensiones. Por cierto: Estado Democrático de Derecho que lo será de verdad sólo en la medida en la que entienda la democracia como participación en las decisiones de la vida política y participación justa en la distribución de la riqueza producida y, a la vez, se entienda que es Estado de Derecho en tanto garantiza el acceso a la vida digna a todos los ciudadanos al tener como principio la vigencia de los Derechos Humanos.
Cuando los griegos comenzaron a teorizar sobre la sociedad y más concretamente sobre la ciudad (la polis entendida como el Estado), prestaron atención a las formas de relación humana más que a lo físico del hábitat humano. Eran las relaciones de convivencia donde se ponía el acento y llama poderosamente la atención que Platón, al hablar de la fundación de la ciudad por los dioses (por eso recurre literariamente al mito), señala como eje de la constitución de la ciudad el imperio de la justicia: “Hermes preguntó a Zeus si la política y la justicia debería distribuirlas de forma diferenciada como las demás artes, pero Zeus le contestó que no, sino que había que distribuirlas “entre todos, que cada uno tenga su parte en estas virtudes, ya que, si sólo las tuvieran algunos, las ciudades no podrían subsistir”[12]
Parece una profecía: sin la justicia, las ciudades no podrían subsistir.
“Los derechos humanos son el componente esencial de legitimidad de todo Estado...La justificación por una autoridad es siempre inválida en último término, porque la autoridad no se puede justificar a su vez. La creencia en los derechos humanos no es un rasgo de una cultura específica, sino algo ahistórico: es la única justificación definitiva posible de legitimidad de una convivencia entre seres humanos...presupone por consiguiente la igualdad normativa entre todos los seres humanos...No hay legitimidad sin igualdad...La justicia no es consecuencia de la razón, sino de la simetría, y la simetría no es un invento, sino aquello que realmente queda como alternativa al poder unilateral...En la justicia la meta es la igualdad, y uno la quiere para todos, no para sí”.[13]
Ahí está el concepto clave: la simetría. Simetría que, más allá de la circunstancia de que todos y cada uno de los seres humanos hemos venido a esta Tierra sin que nos pidan permiso y nos iguala en ese momento del nacimiento hasta cierto punto la simetría biológica, en la sociedad la simetría no es una cualidad original con la que vengamos al mundo, sino algo que hay que conseguir. Simetría que se va generando y consolidando en esos ejes transversales a todos y cada uno que constituirán con el tiempo el espacio público. Espacio público que, en tanto que condensación de derechos igualitarios y universales, constituye el único ámbito generador de legitimidad para la acción política.
El ‘gasto público’ y la ‘ganancia privada’
Habría que ver por qué ha calado tan hondo, sin contradicción y sin más explicaciones la idea de que el sector público es menos eficiente que el sector privado, para pasar de inmediato al corolario que parece deductivo a primera vista que, por esa misma razón, habría que trasladar al espacio privado y dejar en sus manos cuantas dimensiones y relaciones sociales sean posibles.
De dónde provienen estas ideas es asunto que sabemos, porque los llamados neoliberales de la economía las predican y se enorgullecen por ser sus autores. Más de alguno, ha ganado ya el Premio Nobel de Economía. Lo llamativo, sin embargo, no es tanto su proveniencia, cuanto su poderío, su aparente claridad y obviedad cuando, de hecho, se basan en un supuesto erróneo y falaz. El argumento más a mano viene muchas veces adobado con otros no menos falsos: que “los números cantan” o que “las matemáticas no mienten”, para pasar a exhibir el contraste cuantitativo entre las ganancias de lo privado y las pérdidas de lo público y concluir así que lo privado es por lo tanto más eficiente que lo público. Parece ser que entienden las inversiones en lo público como pérdidas. Quizás de ahí venga la denominación de la inversión en lo público como “gasto público”, con la connotación negativa que la palabra “gasto” lleva consigo. No nos extraña que muchos de ellos entiendan por lo tanto la inversión en lo público como ‘derroche’.
De las ganancias de lo privado no hay nada que objetar. Pero eso de las pérdidas y la ineficiencia de lo público no están tan claros.
En un mundo tan cerradamente capitalista como en el que vivimos, donde casi todo es mercancía y se suelen apreciar las cosas y las relaciones a través de los números, porque todo ha de tener su precio, a mano está concebir el sector público como un sector más del mundo de la economía, que juzga pérdidas y ganancias de acuerdo a entradas y salidas monetarias, todas ellas cuantificables y analizables con la misma vara de medir de la oferta y la demanda.
Pero el sector público no puede ser un simple sector más de la economía, porque su fin no es generar ganancias, sino distribuir la riqueza social, producir no mercancías, sino producir bienestar.
El presupuesto estatal para la enseñanza pública, para la salud pública, para la seguridad ciudadana, para la administración del Estado ha de gastar cuanto razonablemente pueda para producir ciudadanos cultos, responsables y saludables que conviven en seguridad y paz. Aquí no vale la máxima capitalista que considera pérdida toda inversión que no aumenta cuantitativamente lo invertido.
Llevado este supuesto al límite, no tiene por qué sobrar ni un céntimo. No tiene por qué aumentar desde sí mismo, sino desde la imposición proporcional que se hace a todos y cada uno de los ciudadanos de acuerdo a sus ingresos.
Es este espacio común el lugar que todos vamos generando con nuestro esfuerzo y trabajo para hoy y para mañana, es nuestra común garantía de presente y de futuro y, dado que es de todos y para todos, queremos hacerlo lo más rico multidimensional y ampliamente posible, dedicando, ¡eso sí!, los recursos aportados de la manera más racional y responsable que quepa pensar.
Esta es la razón por la que ese espacio público es un lugar que merece sumo cuidado, en el sentido que ahí se juega la vida de todos y lo que ahí se produce no son mercancías ni números, sino formación humana, salud, convivencia, seguridad, recreación y, en fin, bienestar. Mayor eficiencia no cabe esperar del espacio público, si las dimensiones anteriores se consiguen.
Deja de ser eficiente el espacio público, si se confunde su naturaleza y su función, degradándolo a un sector más entre otros en la economía de mercado. Por ello, ahorrar en becas, ahorrar en salud, ahorrar en educación o en seguridad social, para atender a bancos o a productores de automóviles o a las eléctricas o a gastos militares o al pago de una deuda privada que el Estado hizo suya, no es verdadero ahorro, sino derroche social que debería entenderse como expolio de lo más preciado que hemos logrado y que es de todos: el espacio público, el bien común.
El espacio público no es por tanto un espacio para producir bienes, sino para distribuirlos.
A una institución pública de enseñanza o de salud, que recibe fondos del Estado para generar conocimiento y formación profesional la una, o para brindar salud la otra, habría que examinarlas para ver si están consiguiendo los fines para los que se invirtieron esos fondos y no para ver si los ha incrementado en el sentido fabril. En caso positivo, la inversión total de los fondos ha cumplido plenamente con su cometido. De hecho, ha logrado incrementar la riqueza de la sociedad, porque ha incrementado el bienestar social y este bienestar es riqueza, pura riqueza social.
¿Hace falta explicar que la salud es riqueza social; que la educación es riqueza social, que la seguridad para la tercera edad, para minusvalías y la seguridad ciudadana son riqueza social; que el tiempo libre para todos y su disfrute es riqueza social; que la distribución de toda esta riqueza redunda en el bienestar social y que es el grado de esa redundancia, su forma y su sentido el que hay que medir para ver si el espacio público es eficiente o no lo es?
Partiendo de estas premisas, ya no es tan obvio que, por principio, la empresa privada sea más eficiente que el Estado atendiendo la esfera de lo público, ¡ni siquiera asumiendo hipotéticamente las diferencias como no significativas! Y no lo es, porque, para comenzar, no se trata de los mismos espacios y, para concluir, no pueden ser explicados desde la misma racionalidad ni desde los mismos juicios de valor ni con la misma vara de medir.
Competitividad y productividad son las otras dos lupas a través de las cuales severos jueces suelen mirar para determinar si, por ejemplo, una universidad merece el calificativo de calidad o no.
Sabemos, porque lo estamos viviendo, que la productividad universitaria se está evaluando con puros criterios fabriles (quizás embelesados por la técnica Toyota de los seis ceros) contando cuántos licenciados, masters y doctores egresan anualmente y cuántos trabajos (llamados “científicos”) se publican al año bajo la amenaza del “publica o muere” y viendo la forma de seguir con tal grado de productividad con mínimos costes, y cuántos fondos de la empresa privada han obtenido. Por cierto, trabajos académicos que se darán como buenos y aún óptimos, ante todo si están en inglés y en segundo lugar contando (otra vez contando) las veces que han sido citados por otros trabajos producidos en las mismas condiciones y bajo las mismas amenazas.
Pero, ¿qué decir de la competitividad cuando hablamos de educación, de seguridad ciudadana, de salud o de protección de la naturaleza? ¿Contra quién hemos de competir? ¿No hemos entendido aún el despropósito de aplicar técnicas pedagógicas de USA o de Finlandia en los niños o estudiantes de Honduras o de Panamá? ¿Tiene Honduras que llegar a competir con USA, “llenando la brecha tecnológica entre los dos países”, como pedía no hace mucho uno de esos “expertos” que el BM o el FMI envían a los países que ellos llaman subdesarrollados? ¿En qué deberían llenar la brecha los hondureños, si se puede saber? ¿En energía nuclear? ¿En la amplitud de mercados internacionales? ¿En su capacidad de producir armamento?
¿Hasta dónde se va a llegar en este mar de despropósitos?
El espacio público es, por su misma naturaleza el territorio social donde los ciudadanos nos vemos no en competencia, sino entre iguales. Es ahí donde la riqueza producida en la sociedad de las más diversas formas pensables (en competencia o no) se distribuye y se disfruta. Carece, pues, de sentido pretender introducir en él relaciones de tipo mercantil o de tipo competitivo. No por eso, deja de ser un lugar en el que se genere riqueza, pero riqueza con valor de uso, no con valor de cambio. Para entender esto, habría que recordar lo que un día dijera Antonio Machado: “el necio confunde valor y precio”.
Causa temor cuando economistas cuantifican matricialmente las dimensiones públicas con las mismas normas que se cuantifican los costes de los procesos de producción e intercambio de mercancías: tanto entra, tanto sale y tanto cuesta producirlo, tanto el margen de la ganancia por venderlas. ¿Cómo calcular en términos de precios el valor del aprendizaje que, durante una hora, ha recibido un niño de nueve años en la clase de Geografía Humana y llega contento a casa a contarles a sus padres que ha descubierto algo que no sabía: que lo de las razas humanas vale poco después de que se ha descifrado el Código Genético y les dice asombrado: –¡somos casi como los ratones!? ¿Por el consumo de luz eléctrica? ¿Por el desgaste de pupitres? ¿Por el salario de los docentes? ¿Por el precio de los mapas usados? ¿Cuántas cosas deberíamos añadir para que en la suma de todas ellas se reflejara de verdad el valor de ese aprendizaje? ¿De verdad tiene precio?
El espacio público es el ámbito en el que se va precipitando como en proceso de destilación lo que, de hecho, nos sobra, el superávit o excedente que testifica la altura de nuestra verdadera riqueza humana. Espacio sólo posible, si se cuenta con un Estado que lo defiende y subordina a él los intereses privados por muy legítimos que sean. Es la marca de lo mucho o lo poco que hemos superado la inmediatez animal y hemos generado mundo específicamente humano: es ahí y entonces cuando el futuro entra de lleno en el horizonte real del ser humano como esperanza (“la sociedad puede esperar”), porque el futuro ha entrado como horizonte de proyección y realización. La vida humana amplía así su horizonte de sentido hasta el infinito. En este espacio no cabe el privilegio: es lugar de simetría humana, lugar de realización de la justicia.
El ser humano comienza a entender que somos individual y colectivamente mucho más de lo que hemos llegado a ser, porque nuestra esencia es nuestra posibilidad y esa posibilidad como especie humana apenas si hemos comenzado a mostrarla. Lo mejor de nosotros no se ha realizado ni se ha frustrado en ninguna parte. Lo mejor está por llegar. Por eso hay alternativas.[14]
Trabajo y empleo
El ser humano no es sólo homo sapiens, sino que es también homo laborans y homo faber y está en su esencia ser muchas cosas más, aunque aquí destacaremos como dimensión fundamental de su condición humana el tener que trabajar para poder desplegar sus posibilidades y, por tanto, realizarse como ser humano. No importa en qué dimensión del trabajo se sitúe, porque no hay forma laboral que, a su modo, no sea una forma de metabolismo que transforme al ser humano.
Porque se puede trabajar para producir bienes materiales, producir patentes, producir alegría, producir compañía, producir belleza, producir salud, producir seguridad, producir ciencia, producir vivienda, producir vestido, producir calzado, producir alimento, producir distracción, producir leyes, producir conocimiento, producir formación, producir ideas, producir recreación, producir deporte, producir viajes, producir bellas artes, producir alternativas, producir esperanza, etc. y, claro está, se puede trabajar en todas esas formas de producción. ¡Cuántas formas diversas no habrá de producir y trabajar en este mundo! ¡Qué difícil será poder afirmar teóricamente que alguien se quede sin trabajo por falta de facultades apropiadas siendo tan amplia la gama de posibilidades! Porque hay tantas posibilidades de hacer cada vez mejor y más confortable el mundo en que vivimos, que habrá que explicar como rareza el que se dé el desempleo masivo, cuando parece que ni siquiera el simple desempleo es algo que tenga necesariamente que darse.
De tal manera que si el ser humano no tuviera acceso a alguna de las mil posibilidades de trabajo que hay y puede haber, diríamos que se le está privando de algo que le es tan necesario como el aire que respira o el agua que bebe, cuanto más, si, como ahora, la retribución por el trabajo es la única forma de acceder a los bienes necesarios para la vida.
Yo puedo emplearte para que trabajes reparando mi automóvil y pagarte 200 euros por ello. Puedo emplearte para que simplemente te sientes ante la ventana de mi casa durante dos días para que la casa no parezca abandonada y pagarte 200 euros por ello.
En ambos casos te empleo. En ambos casos te pago por ello. Ambas cosas por las que te he empleado son ocupaciones, actividades, una muy movida, otra muy aburrida y quieta. Pero, ¿son trabajo ambas cosas por las que te empleo? ¿Metabolizas tú en el sentido que le da Marx en el V cap. de El Capital, calentando silla durante 40 horas? Porque aquí no estamos hablando de trabajo productivo y no productivo, sino simplemente de trabajo, esa forma específicamente humana, porque no hay nada parecido entre los animales:
“El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza...Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina...Una araña ejecuta operaciones que semejan a las operaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal... El proceso de trabajo...es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición natural eterna de la vida humana y por tanto independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual”[15].
Tú puedes trabajar en tu garaje en tus horas libres construyendo una mesa sin remuneración alguna y sin que nadie te emplee ni te pague por ello.
Se puede, por tanto, trabajar sin empleo. Y se puede estar empleado sin trabajar. Se puede trabajar sin retribución. Pero no se puede estar empleado sin retribución. Lo cual quiere decir que, si de lo que se trata es de garantizar la vida, habrá que garantizar el acceso a los bienes elementales. Si se quiere garantizar el acceso a los bienes elementales que ahora se producen como mercancía, habrá que garantizar el acceso al dinero para adquirirlos. Si se quiere garantizar el acceso al dinero, habrá que garantizar no simplemente el acceso al trabajo, sino el acceso al empleo. Por lo tanto; el derecho fundamental de los derechos humanos es nada menos que el derecho al empleo (y no simplemente al trabajo) y que sea empleo justo: la retribución justa que permita el acceso a los medios de vida y a una vida digna.[16]
Tenemos que hablar, por tanto, no simplemente de trabajo, sino de empleo. Y empleo significa una forma de trabajo en la que ha tenido lugar alguna mediación de contrato y, generalmente, un modo determinado de retribución.
Llama la atención lo generosos y precisos que han sido los textos fundamentales (Constituciones y Declaración Universal de los Derechos Humanos) y los mismos discursos oficiales con el concepto de trabajo y lo poco o nada que aparece ahí el concepto de empleo, como si lo uno y lo otro fuesen sinónimos, esto es, como si no hubiese contradicción alguna entre garantizar por derecho fundamental el trabajo, pero no el empleo, al que, a lo más, hay que atenderlo como se atiende al enfermo. Así el Art. 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos declara el “derecho al trabajo”, pero no el derecho al empleo, sino sólo la “protección al desempleo”. La Constitución española, por ejemplo, en el Art. 35 dice incluso que “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, pero no habla del derecho al empleo. Se parece este derecho de la Constitución Española a aquel de los Derechos Humanos que dice que todo ser humano tiene el derecho de salir de su país, pero no hay el derecho correspondiente de poder entrar en el que se desee. Aquí se confiere el deber de trabajar, pero, ¿dónde? ¿Será que la Constitución, implícitamente, está diciendo que, si aquí en tu país no puedes, tienen la obligación de irte a otro donde encontrar trabajo?
El derecho al trabajo (quizás habría que agregarle a estas leyes el derecho al empleo), como todo derecho explícito en tanto norma y ley es una de las muchas dimensiones que conforman el espacio público. Es la norma que garantiza el acceso a la posibilidad de desarrollar el potencial que dormita en el ser humano y acceder así a los medios de vida. No hay que olvidar que el espacio público es siempre un espacio regulado, normado según la ley. Precisamente por ello, el derecho al trabajo es parte de la esfera pública, la de todos, la que genera explícitamente simetría humana y, por esa misma razón, el Estado Democrático de Derecho ha de ser el garante de ése y de los demás derechos, ha de cuidarlo muy especialmente y ampliarlo en la medida de lo posible.
Mandeville lo había entendido ya en el siglo XVIII y lo hace ver en su Fábula de las abejas: "El gran arte para hacer que una nación sea feliz y lo que llamamos floreciente, consiste en dar a todos y cada uno la oportunidad de estar empleado; y, para obtenerlo, hágase que la primera preocupación del gobierno sea promover una variedad tan grande de manufacturas, artes y oficios como la inteligencia humana pueda inventar".[17]
Lo anterior no quiere decir que, para ello, el Estado haya de convertirse en el gran empresario que crea empresas y más empresas para generar empleo para todos.
Quizás bastaría con que desde el Estado se idearan multitud de formas de empleo para ampliar y enriquecer lo público incentivando por medio de los sistemas impositivos y las oportunas leyes lo que pedía Mandeville: promover la generación de empresas particulares, artes y oficios capaces de satisfacer la demanda de esa ampliación y enriquecimiento de lo público. No se trataría de competir, como pide Rifkin[18], con la empresa privada, porque esto sería siempre empresa privada ni tendría que hacerse cargo la llamada “sociedad civil” de las prerrogativas del Estado, porque el Estado estaría cumpliendo su cometido, también en la era de la globalización. El hecho de que, quizás por lo perentorio de la globalización, los Estados Nacionales no hayan sabido acomodarse aún a la nueva situación no le hace para que la adaptación sea posible.
Se sabe ya que el crecimiento económico capitalista, por mucho que sobrepase el 2.2%, no volverá a acabar con el desempleo masivo, porque no va eso incluido en su ADN. Una empresa capitalista que, después de haber arrojado al desempleo a miles de trabajadores (se suelen contar por 10.000, 20.000, etc.) y logra con los pocos que le quedaron salir de su crisis y elevarse al 2.2% de crecimiento no lo ha conseguido a través de la cantidad de obreros con que ha contado, sino por la tecnología punta que ha incorporado (sueño de todo capitalista que teme al obrero y lo ve siempre como un factor desechable) y no querrá volver a recontratar a los 20.000 obreros que echó a la calle por medio de un ERE de lo más dudoso e injusto. Esos miles de despedidos se quedarán casi todos sin empleo de por vida.
Por lo tanto, el Estado no debería esperar a ver qué pasa cuando el crecimiento económico llegue a esa frontera. Ya se sabe lo que sucederá: la vuelta al crecimiento será la vuelta con menos trabajadores empleados. Se trata de saber adelantarse a los tiempos y se trata de ampliar y defender el espacio público desde, al menos, tres premisas que son posibles, que son factibles y que son convenientes, además de ser justas:
–Hacer una reforma fiscal radical para que proporcionalmente contribuya más quien más tiene[19];
–Acabar con los paraísos fiscales y hacer que el capital financiero pague por sus transferencias[20];
–Tratar por todos los medios de acabar con la economía sumergida.
Con ello el Estado dispondrá de fondos para iniciar la siguiente fase que podría abrir con la instauración de la Renta Básica para todo ciudadano (nada utópico, pues, además de posible, es factible[21]: para no sólo erradicar la extrema pobreza y la pobreza simplemente, sino, más aún, para no producirla. Porque no hay espacio público de verdad, si hay mucha gente que no tiene acceso al empleo y, por ello, están excluidos. El espacio público es espacio de todos en todas sus dimensiones o no lo es del todo. Un Estado Democrático de Derecho no puede permitir la exclusión social so pena de dejar de serlo:
“Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»[22].
Estar o no estar: cuestión de vida o muerte
No es “ser o no ser” como quería Hamlet: la cuestión es “estar o no estar”. Es la verdadera cuestión para los que vivimos en este mundo del siglo XXI, porque resulta cuestión de vida o muerte.
Generalmente se ha querido exhibir este “estar” por medio de la llamada a la “participación ciudadana” y a la lucha por conseguirla, pero esta participación se ha venido refiriendo casi exclusivamente a la participación en ciertos momentos de la vida política (elecciones, decisiones sobre listas electorales, manifestaciones públicas contra medidas desconsideradas, etc.), dejando de lado la falta de muchos otros modos de “estar”, porque quien participa el día de las elecciones generales, pero llega a las urnas enfermo por no tener acceso a la salud pública, o el desempleado que participa en la gran manifestación ciudadana con el estómago vacío “no estándel todo” y muy posiblemente “estén” cercanos a la exclusión total, a la amenaza más cruel cuando hasta la esperanza se ha perdido. Los desempleados de más de cincuenta años, esas personas que en esta época y en muchos países tienen una esperanza de vida cercana a los ochenta años, tienen ante sí un camino de casi cuarenta años sin perspectiva alguna de empleo, mientras el Estado Democrático de Derecho no cumpla con su cometido de subordinar al capital y hacer que la riqueza producida revierta hacia el bien común para que nadie se quede fuera.
Los Derechos Humanos no son sólo una lista de derechos que se haya configurado para quedarse en la letra. La Declaración Universal de Derechos Humanos exige a los Estados que la secundan explícitamente en sus respectivas Constituciones que los enseñen en las escuelas y, ante todo, que los pongan en práctica. Pues bien, el Art. 3 comienza diciendo que: “Todo individuo tiene derecho a la vida...”. El Estado que lo suscriba, debe procurar que todo individuo, esto es, todo ciudadano disfrute efectivamente de ese derecho, porque el derecho a la vida tiene que ser anterior a todo otro derecho: si no hay vida, no hay derecho alguno. De ahí que antes del derecho al empleo que ahora aparece como la única forma de acceso a los medios de vida, ha de garantizarse la vida mediante una forma independiente y previa al mismo empleo, de dónde vuelve a aparecer la Renta Básica como el modo público más justo, más digno y más factible que un Estado Democrático de Derecho puede y debe adoptar. Es ahí, en la ejecución de esa garantía vital para cada ciudadano, donde se hace verdaderamente transversal lo público y donde comienza a generarse la simetría humana mediante la distribución justa de la riqueza social. Garantía de lo fundamental, la vida, como plataforma inicial hacia la igualdad de posibilidades y oportunidades. Eso sí sería comenzar a “estar” de verdad, porque nadie quedaría fuera, nadie sería excluido.
Sería el momento en el que el espacio público sería de verdad el “espacio público del siglo XXI”, a la altura de los tiempos, porque ahora ya hay medios suficientes para darle este esplendor.[23]
La reivindicación del espacio público para todos
Cuando un grupo reducido de personas extendieron sus pancartas de protesta en la Puerta del Sol un 15 de mayo de 2011 y dieron inicio al multitudinario movimiento de indignados en España (15-M), o cuando el 2 de junio de 2014 miles de personas salieron a la misma plaza con banderas republicanas el día en que se anunció la abdicación del Rey, no confluyeron simplemente a una plaza física abierta ubicada en un lugar céntrico de Madrid, sino a un ‘espacio público’ que es de todos, y desde el cual empezaron a reivindicar y tratar de recuperar la multiplicidad de ‘espacios públicos’ que los modelos socio-económicos y políticos aplicados en los últimos años les ha ido arrebatando a los ciudadanos.
Precisamente ahora que muchas de las relaciones humanas se están haciendo planetarias y los Estados Nacionales, esa referencia en la que solíamos encontrar identidad ciudadana, pierden en muchos temas sus contornos fronterizos, aparece por contraste el espacio público, tanto en su sentido local y regional como en su sentido estatal como un bien al que los ciudadanos no podemos renunciar, so pena de involución y pérdida de lo que tanto nos ha costado construir.
Porque ha sigo tarea de muchos años. A medida que la humanidad ha ido caminando y tras mil peripecias de todo tipo, ha ido generando espacios inéditos sin cesar. Así algún día inventó el espacio de la ganadería, y el de la cerámica y el de la metalurgia y el de la cestería, y el de la agricultura y el de la ciudad y el de la política y el de la estética y el de la literatura y el de la filosofía y el de la ciencia y el de la religión y el de la salud y el de la educación y, con el tiempo, muchos de estos espacios se fueron convirtiendo o incluso nacieron como espacios de todos, espacios comunes conformando eso que hoy tratamos de describir como el Espacio Público. Parte de ese espacio público, en la medida en la que es de todos y aún no ha sido apropiado por nadie en particular, es el espacio físico: las calles, los parques, las plazas.
Por eso mismo, cuando tantos de estos espacios nos han arrebatado para salvar el euro o porque algunos se los han apropiado y queremos salir a uno de los pocos espacios comunes que nos quedan para mostrar nuestro descontento; cuando queremos salir a la plaza pública único lugar donde los del común podemos vernos y dialogar resulta que los expropiadores nos lo quieren quitar también: están legislando para prohibir directamente las manifestaciones públicas o amenazando con castigos y penas insoportables para que no hagamos uso de él.
Si lo público ha logrado integrar en sí, institucionalizar y garantizar por medio de leyes y normas la transmisión de la cultura como educación pública, el cuidado de la vida como salud pública, la seguridad como seguridad pública para la tercera fase de la vida, para minusvalías y otros menesteres y el cuidado de la naturaleza para goce de todos, y dedica a ello sus mejores recursos, se puede decir que esa sociedad ha logrado el excedente adecuado para mirar el futuro con esperanza.
Este espacio público, entendido como expresión de la vida política no secuestrada, se sostiene sobre tres pilares: a) defiende el espacio público como lo fundamental para la vida ciudadana; b) atrévete a pensar por ti mismo; c) controla y exige lealtad a quienes delegaste temporalmente tu poder ciudadano. Es entonces cuando se hace verdadera la expresión de que algo es de “dominio público”, porque es el momento en el que el pueblo, la gente, los ciudadanos dominan ese espacio y determinan su suerte.
Así entendido, el espacio público se convierte en la instancia que más seguridad humana ofrece: el que le permite al ser humano vivir con mayor desahogo, seguridad y confianza en el futuro, porque es el ámbito que mejor puede garantizar la vida de todos y cada uno en tanto, fiel a sí mismo, sea distribuidor de la riqueza producida. Es por todo ello espacio generador de simetría, igualdad y justicia.
El momento ético
Cuando Kant dice que no todo lo que se puede se debe, está señalando que el espacio público con todo lo que este espacio significa (desde el Estado a la Constitución y las Leyes, desde las posibilidades en crecimiento económico y progreso técnico a los modos de relacionarse los seres humanos entre sí y las relaciones de ellos con la naturaleza) podrá ser asunto que haya llegado a generarse de forma imprevista y como por casualidad, pero en modo alguno se puede dejar su marcha al azar o al juego de relaciones y fuerzas sociales que vayan apareciendo a través de la historia y que hoy parecieran ser inalterables (como el mercado, por ejemplo). Es un ámbito, una esfera, un espacio muy vulnerable que requiere atención especial, conciencia de lo que se hace y cómo se hace, prudencia máxima ante las determinaciones que lo posibilitan, pero que también lo amenazan: ámbito éste cuya supervivencia pasa necesariamente por la convivencia consciente.
Si la generación del espacio político nos hacía diferentes de los animales (Aristóteles)[24], la generación del espacio ético nos hace respetuosos con el otro ser humano como sujeto de plenos derechos e igualdad, nos hace respetuosos con lo otro como naturaleza como la Madre Tierra y prudentes, esto es, inteligentes frente a los desafíos que la vida nos presenta.
El momento ético, impensable sin los momentos anteriores pues desde ellos tenemos la experiencia y la conciencia de la finitud y de la limitación, viene a completar el bucle del que partíamos, pues nos indica que la supervivencia de la vida en general y la de los seres humanos en particular está legitima e inextricablemente entrelazada entre todas las especies y de todas ellas con la Madre Tierra de modo que la supervivencia pasa necesariamente por la sabia e inteligente convivencia.
Estos días se está pidiendo en algunos países que se enseñe Ética en las carreras de Economía y Finanzas, para ver si así los futuros banqueros dejan de hacer disparates y comienzan a tener conciencia social. Cuando esto se piensa, es que ya se ha perdido la noción de la Política como momento constituyente de la sociedad, porque es desde la política como relación fundamental desde donde se ha de regular y juzgar la acción de los banqueros, como la de cualquier otra profesión, y no dejarla, siguiendo una ideología individualista, a la buena o mala voluntad de cada individuo, porque entonces, la ética viene a ser una excusa, “ética como encubrimiento” la llama Castoriadis, quizás porque “vivimos en una sociedad cada vez más burocratizada y librada a los supermercados y a los mass media, la corrupción y/o la incompetencia de los políticos profesionales y, finalmente, la desaparición de un horizonte histórico, social, colectivo y político, han desacreditado hace ya tiempo la palabra “política”, que se ha convertido en sinónimo de demagogia, chanchullo, maniobra, cínica búsqueda del poder por todos los medios”. [25]
A manera de resumen
“Somos”–a decir de E. Bloch– “sólo nosotros los jardineros del árbol misterioso que ha de crecer”, porque está en nuestras manos; y cabe decirlo con el tono de esperanza con que hablaba el pensador alemán, porque, si bien hemos transgredido ya algunas fronteras que no habrá modo de recuperar, quedan aún muchas otras que o tienen remedio o aún no las hemos conocido y traspasado.
Como comunidad humana mundial poseemos, además, conocimientos suficientes para hacer las cosas de otra manera y, posiblemente mejor. Hay, pues, alternativas reales sólo a condición de que se puedan cumplir ciertos requisitos que son pensables, que son posibles, son factibles y, para colmo de legitimidad, son convenientes si se piensa nuestro futuro común no sólo desde la perspectiva de la reproducción de la vida humana y de todos los seres vivos sobre la Tierra, sino, más aún, desde la perspectiva de la buena y justa vida humana para todos y cada uno de los habitantes de la misma. Entre ellos y expresados de forma concisa:
–No al crecimiento indefinido,
–sí a la distribución justa de la riqueza.
–No a la destrucción del medio vital,
–sí a la recreación de la naturaleza.
–No al armamentismo y a la guerra,
–sí a la solución de los conflictos mediante el diálogo.
–No al secuestro de la vida política por unos pocos,
–si a la participación plena de la ciudadanía.
Hablamos, pues, de un mundo diferente realmente posible pensado desde el conocimiento del pasado de la humanidad, desde el conocimiento del presente y de sus recursos de todo tipo y a favor de un futuro de esperanza.
[1] Ésta es una versión ampliada de la preliminar que salió en esta misma página.
[2] Augusto Serrano, Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y Profesor Visitante de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Alfredo Stein, Profesor de la Universidad de Manchester, Inglaterra y Profesor Visitante de la (UNAH).
[3] Gottfried Wilhem LEIBNIZ, Principes de la Nature et de la grace fondes en raison ; G.Phil. VI, Olms, Darmstad, 1978, p .602 y Albert EINSTEIN, Letres a Solovine, Paris, 1956, p. 18. En su carta a Solovine del 24 de abril de 1920, Einstein expone lo siguiente: "El método de la Teorías de la Relatividad es bastante análogo al de la Termodinámica, porque esta última ciencia no es sino la respuesta sistemática a la pregunta: ¿cómo deben estar construidas las leyes de la naturaleza de modo que resulte imposible construir un perpetuum mobile?". "Reflexiones de esta índole me hicieron ver claro...que ni la mecánica ni la electromecánica (salvo en casos límite) podían aspirar a validez absoluta...Cuanto más porfiaba y más denodado era mi empeño, tanto más me convencía de que solamente el descubrimiento de un principio formal y general podía llevarnos a resultados seguros. El ejemplo que veía ante mí era el de la termodinámica. El principio general venía dado allí por el teorema: las leyes de la naturaleza están constituidas de tal suerte que es imposible construir un perpetuum mobile (de primera y segunda especie). Mas, ¿cómo encontrar un principio general de este tipo?" (Albert, EINSTEIN, Notas autobiográficas. Alianza Editorial, Madrid, 1983, pp. 51-52)
[4] Véase Henri POINCARÈ, La Ciencia y la Hipótesis. Espasa Calpe, Madrid, 1973.
[5] Véase Nicholas GEORGESCU-ROEGEN, La Ley de la Entropía y el proceso económico. Argentaria,Madrid, 1996.
[6] Norbert WIENER, Cibernética y Sociedad. Suramericana, Buenos Aires, 1969, pp 27 y subsiguientes.
[7] Véase Poema de Gilgamesh, Tecnos, Madrid, 2010.
[8] Karl MARX, Líneas Fundamentales de la Crítica de la Economía Política (Grundrisse). II. Grijalbo. México 1978, p.92.
[9] Véase PLATON: Protágoras 322b y 323e.
[10] Gottfried Wilhem LEIBNIZ, Initia rerum mathemat. G..math. VII., p.18 y Carta V a Clarke, G.phil.VII, p.415
[11] Augusto SERRANO, La senda del Desarrollo Humano. Ver: http://pensamientocritico.info/index.php/articulos/otros-autores/espanol/314-la-senda-del-desarrollo-humano
[12] Véase PLATON: Protágoras 322b.
[13] Ernest TUGENDHAT El origen de la Igualdad en el Derecho y la Moral. En: G. PADILLA.(ed): Igualdad en el derecho y la Moral. P y V. Madrid 2009; págs.18–19–23 y 35–36.
[14] Augusto SERRANO y Alfredo STEIN: Para una Política Incluyente (2012) en http://pensamientocritico.info/index.php/articulos-1/otros-autores2/para-una-politica-incluyente
[15] Karl MARX: El Capital, Vol I. FCE. México 1973; págs. 130–136.
[16] Franz HINKELAMMERT y Henry MORA: Hacia una Economía para la Vida. COMPROMISO. Bogotá 2009.
[17] Jon Maynard KEYNES, Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero. FCE. México 1981, pág. 320.
[18] Jeremy RIFKIN, El Fin del Trabajo. Paidós, Barcelona, 2010.
[19] La plataforma real, física y legal, desde la que opera la empresa privada es siempre pública. Es desde esa plataforma (represas públicas para las compañías eléctricas, vías de comunicación, puertos y aeropuertos estatales, leyes sobre la economía de mercado, seguridad jurídica, etc.) desde la que despliega sus actividades. Esa es la razón por la que la empresa privada pide siempre seguridad jurídica para sus inversiones. Quiere, como sugería ya Hobbes para el Estado Moderno, seguridad por parte del Estado para la propiedad y los contratos, a fin de que sus negocios prosperen y para poder disfrutar de sus ganancias. ¿No es justo, entonces, que sus beneficios reviertan hacia la plataforma que les dio posibilidad de ganancia?
[20] Al respecto el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz denuncia en el programa Moyers & Company cómo empresas transnacionales como Apple, Google, GE y otras que lograron establecerse como empresas líderes gracias a los subsidios del estado provenientes de los impuestos de contribuyentes, ahora evaden sus responsabilidades fiscales. Véase http://billmoyers.com/segment/joseph-e-stiglitz-let%E2%80%99s-stop-subsidizing-tax-dodgers/
[21] Daniel RAVENTOS (coord.) (2001) La Renta Básica. Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna, Barcelona, Ariel; Daniel RAVENTOS (1999), El derecho a la existencia, Barcelona, Ariel; y Daniel RAVENTOS Una Renta Básica para la ciudadanía. En www.público.es (18–2–2014).
[22] Evangelii Gaudium: Carta del Papa FRANCISCO a los obispos sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual (2013).
[23] Para Henry MORA y Franz HINKELAMMERT el derecho a la vida es el criterio decisivo. Pero que ese derecho sólo se puede satisfacer a través del empleo, de la distribución de la riqueza y de la protección del medio ambiente. Ahora bien: el pleno empleo y una determinada distribución justa” del ingreso y la protección del medio ambiente deben ser el resultado directo de decisiones económicas y no una simple consecuencia de decisiones orientadas por la ganancia. Sin embargo, las medidas a tomar están condicionadas por un sistema de decisiones dado por el mismo sistema de coordinación de la división social del trabajo. El sistema de la coordinación de la división del trabajo bajo el criterio de la ganancia y el criterio del crecimiento, se han fundido en un único criterio: el criterio de la competitividad y ninguno de ellos garantiza el derecho a la vida (Condiciones iniciales para una política de desarrollo y del medio ambiente. Un enfoque a partir de los derechos concretos a la vida: Henry MORA y Franz HINKELAMMERThttp://www.pensamientocritico.info
[24] Véase Aristóteles: Política, Libro I.
[25] Véase Cornelius CASTORIADIS, El ascenso de la Insignificancia, Frónesis, Valencia, 1996, p. 204.